GENERALNOTICIAS INTERNACIONALES

China impidió luchar contra el coronavirus desde el comienzo

¿Cuál es el costo de las mentiras?”. La frase, densa, es atribuida al científico ruso especializado en química inorgánica Valery Legasov.

Legasov fue aquel que con valentía inusual desafió y denunció la inoperancia del aparato soviético pero sobre todo el ocultamiento sistemático que antecedió y precedió el desastre de Chernobyl.

La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas no podía exponerse ante el mundo como ineficiente y, tras su sincero alegato ante una corte, la maquinaria del silencio intentó confinarlo al ostracismo, al desprecio y al olvido.

Sin embargo, como un fantasma, su legado lo sobrevivió en forma de grabaciones que actuaron como una pesadilla para sus censores. En aquellas cintas reveló todo.

Él ya estaba muerto se suicidó dos años después del accidente nuclear pero pudo demostrar que la verdad, finalmente, siempre prevalece.

China tiene por estos días, y en otra escala, a su propio LegasovLi Wenliang fue el primer médico en alertar a otros siete colegas sobre el peligro que implicaba el coronavirus cuando el mal siquiera tenía todavía un nombre asignado (COVID-19).

Compartió la información luego de que siete pacientes suyos fueran diagnosticados con una enfermedad similar al SARS en Wuhan, epicentro de la creciente epidemia.

Relató los síntomas que observaba y los graves peligros que implicaba el nuevo microorganismo.

Era el 30 de diciembre pasado y Wenliang sabía que lo que acababa de confiar a su círculo de médicos más cercanos podría costarle caro.

Así fue. Cuatro días pasaron y fue citado a una central de policía donde lo acusaron formalmente de “perturbar el orden público” con sus comentarios… “falsos”.

Lo obligaron a retractarse y a comprometerse a no volver a hablar del tema. “Entendido”, firmó al pie.

El aparato de medios estatal comenzó a llamarlos como «los ocho chismosos” para denigrarlo tanto a él como a sus amigos profesionales.

Una semana después, mientras atendía a una mujer con un glaucoma, se contagió el virus del que no tenía permitido hablar. El jueves 6 de febrero murió.

Cuando la historia vio la luz, millones de chinos reivindicaron la memoria de Wenliang y su trabajo en las redes sociales hipercontroladas de China.

Al mismo tiempo fustigaban al régimen por las mentiras, el ocultamiento y la censura.

Xu Zhangrun, profeciósor universitario, desapare.

Fue luego de que publicara un ensayo en el que cuestionaba el pobre e irresponsable manejo que Beijing hizo de la crisis por el coronavirus.

La epidemia ha revelado el núcleo podrido del Gobierno chino. El nivel de furia popular es volcánico y un pueblo así enfurecido puede, al final, dejar de lado su miedo (…). Independientemente de lo buenos que son para controlar Internet, no pueden mantener cerradas las 1.400 millones de bocas en China.

Ahora puedo predecir con demasiada facilidad que seré sometido a nuevos castigos; de hecho, esta puede ser la última pieza que escriba«, había redactado el académico en su trabajo titulado “Alarma viral: cuando la furia supera el miedo”.

Como Legasov, también valoró la verdad por sobre la mentira: “No puedo permanecer en silencio”, había dicho. (I)

Fuente: evafm.net